La nueva revolución menstrual

Hoy se habla de la regla sin tapujos en bares, redes sociales y hasta en los Parlamentos. Tras siglos silenciada e ignorada, el feminismo la reivindicó en los setenta negándola como un elemento diferenciador. Las nuevas generaciones reclaman ahora el derecho a reconocer que sí lo es

En la pantalla del ordenador se lee: “Taller menstrual”. Son las 18.30 de un martes de diciembre. Yaiza Cristóbal, arquitecta de 28 años, acaba de terminar su jornada laboral. Se conecta desde casa a esta reunión de Zoom que organiza gratuitamente el Ayuntamiento de Madrid. Las asistentes abren sus cámaras y aparecen Ifara, María, Noelia… Todas están entre la veintena y la treintena. No se conocen y esa será la primera vez que escuchen sus voces: “Estoy aquí porque he empezado a usar la copa menstrual y me ha cambiado la vida. Quiero saber más sobre menstruación sostenible”, dice Noelia. “A mí me han diagnosticado endometriosis. Han tardado años y ni siquiera había oído hablar de esa enfermedad. Me he sentido desinformada y desamparada”, susurra Ifara. Es el turno de Yaiza: “Mi primer día de regla sangro una burrada, me recetan la píldora y me sienta fatal. Así que he decidido que es hora de conocer más sobre mi ciclo”.

Este acto tan aparentemente natural para ellas, hablar de su regla sin tapujos con desconocidas, habría sido impensable hace unas décadas. “Entonces se utilizaban todo tipo de eufemismos para ni siquiera nombrarla”, recuerda Alicia Botello, antropóloga de la Universidad de Sevilla y autora del libro ¡Llegó la regla! Un análisis antropológico y de género sobre la menstruación en España. “Estoy indispuesta, que viene el ejército rojo, estoy mala y un largo etcétera”. Durante siglos la menstruación se ha silenciado y rechazado. Las mujeres han vivido sus sangrados y dolores de puertas para dentro, desde la vergüenza y el desconocimiento. Pero eso está cambiando de forma acelerada. Las nuevas generaciones tienen acceso a una información que nunca antes había habido. Basta un paseo por las distintas redes sociales para encontrar cuentas de divulgación menstrual gestionadas por ginecólogas, endocrinas, psicólogas, periodistas y hasta activistas menstruales —que defienden la regla como motor de cambio social y político—, como la pedagoga Erika Irusta. “Por primera vez este flujo de información es masivo, accesible y multidisciplinar”, celebra la fundadora en 2010 de una de las primeras comunidades educativas sobre ciclo menstrual del mundo, Soy1Soy4. La conversación de la menstruación se está naturalizando en bares, redes sociales y Parlamentos. En 2021, también por primera vez, se ha considerado un “problema de salud pública”, y sus derechos, “derechos humanos”, según la prestigiosa revista médica The Lancet. Y con la pandemia, los desarreglos menstruales y hormonales que cientos de miles de mujeres en el mundo manifestaron en los meses duros del confinamiento y los cambios en sus ciclos —dos reglas en un mes, importantes retrasos…— tras pasar la enfermedad y tras la vacunación han impulsado este cambio de paradigma también en el ámbito de la ciencia, que hasta hoy no ha dedicado muchos esfuerzos a estudiar el ciclo y lo ha ignorado en la mayoría de sus investigaciones.

“No somos iguales a los hombres y no vamos a serlo nunca”, sentencia al otro lado del teléfono Carme Valls, endocrina y autora del libro Mujeres invisibles para la medicina (Capitán Swing), que ha dedicado su carrera a reivindicar la necesidad de abordar la medicina con perspectiva de género. Explica en su libro cómo históricamente la ciencia y la medicina han tomado lo masculino como referente de lo humano sin tener en consideración que acontecimientos fisiológicos y hormonales como el ciclo menstrual son factores diferenciadores muy relevantes a la hora de analizar ciertas enfermedades, sus síntomas o los efectos de una medicación. “En el siglo XIX, por ejemplo, se descubrió que la mayoría de los productos contaminantes son disruptores endocrinos, y esto puede alterar la menstruación. Con todos los problemas de contaminación medioambiental, cada día hay más mujeres con alteraciones menstruales. Si hubiese habido más estudios sobre el ciclo, posiblemente hoy sabríamos más sobre esta relación”. Esa falta de investigación en el pasado genera también una falta de conocimiento entre el personal sanitario y de información hacia las pacientes. En su opinión, el problema es que los ginecólogos saben de la regla lo que se les ha contado en su especialidad, pero no hay una formación específica sobre menstruación en las universidades. “La formación sí es buena, pero quizá es cierto que desde la píldora no se ha investigado más… En parte porque se trata de llegar a conocimiento práctico y útil y la píldora para ciertos casos es realmente una solución, aunque no para todo. Hay otras soluciones también”, dice Javier Castrillo, jefe de ginecología del Hospital de Verín (Ourense), que sí ha notado un cambio radical y “muy positivo” en las consultas, donde ha desaparecido la vergüenza de hace 20 años (”antes muchas mujeres venían como si tener la regla fuese algo malo”) y se habla “más libremente y de forma natural” de síntomas, sensaciones y todo tipo de detalles. “La clave es investigar”, concluye Valls. “Porque, si hay falta de ciencia, ¿quién va a hacer la formación de las mujeres?”.

Históricamente han sido ellas mismas las que han buscado y compartido información a partir de sus experiencias.La antropóloga Alicia Botello ha dedicado los últimos 15 años a entrevistar a ancianas para recopilar y guardar los mitos y leyendas en torno a la menstruación que se han ido transmitiendo por tradición oral. Habla, por ejemplo, de la incompatibilidad que se atribuía a la sangre con el agua. “De ahí derivan costumbres como las de no lavarse en esos días o no meterse en el mar”. Explica cómo cada una de esas falsas creencias generaba un miedo y basándose en esos miedos se han construido normas sociales y culturales que han marginado a la mujer. “Y lo curioso es que, pese a las diferencias religiosas, económicas y socioculturales, el tabú y el estigma se repiten en todo el planeta”. Ahora, internet y las redes han impulsado un movimiento de reivindicación y divulgación no científica y comunitaria que está rompiendo ese tabú. “En países como España, las nuevas generaciones ya no dan credibilidad a esos mitos, pero sí en otros como Senegal. Es fundamental dar información clara sobre la regla para erradicar esos prejuicios. Y la confluencia multidisciplinar que se está produciendo hoy es maravillosa porque no hay otra forma de abordarlo. La regla es un hecho fisiológico, social, cultural, incluso político”.

Artistas que pintan con su sangre menstrual, de la argentina Juliaro a la italiana N’drame; directoras de cine como Lena Dunham que hablan sin filtros de su endometriosis y su operación para quitarse el útero; libros que rompen el tabú, desmitifican creencias centenarias o promueven el debate… En 2019 se creó el emoji de la menstruación —una gota de sangre algo polémica porque podría repesentar muchas cosas y, sobre todo, porque se censuró el diseño original: bragas con sangre—. Y este año Erika Irusta acaba de terminar una guía pedagógica para el CSIC titulada Cómo reclamar la menstruación que da al profesorado de colegios e institutos herramientas para explicar todo lo necesario a los niños y niñas. Además de las ya mencionadas cuentas en redes y cursos como al que asiste Yaiza ese martes.

Este reclamo del feminismo ha llevado la regla a los Parlamentos. En España, el País Vasco ha sido el primero en aprobar una iniciativa autonómica que insta al gobierno regional a elaborar un estudio sobre la pobreza menstrual en el territorio y a poner en marcha las medidas pertinentes para erradicarla. Escocia fue pionera en el mundo en 2020 con una ley que establece la distribución gratuita de protecciones higiénicas en los establecimientos públicos. Nueva Zelanda aprobó el pasado marzo distribuirlas en colegios, y en diciembre Francia hizo lo mismo, pero en universidades. La medida, en opinión de Carme Valls, “genera un sesgo hacia los no universitarios”.

La política ha planteado, hasta ahora con gran controversia, la baja laboral en los días que las mujeres tienen la regla. En Japón existe desde mediados del siglo XX, aunque el tabú y el estigma en el país permanecen. Italia la propuso en 2017 para quienes tuvieran endometriosis u otras enfermedades menstruales, pero no salió adelante. La división, entonces y ahora, está entre quienes consideran que estas concesiones pueden frenar la contratación de ellas y quienes creen que la medida acepta por fin a hombres y mujeres con sus diferencias. El argumento de la productividad es pobre y está sesgado, según critica Paloma Alma: “Se analiza la baja productividad de las mujeres en sus días de regla, pero apenas se estudia, por ejemplo, su alta productividad en los días de ovulación”.

En este contexto de ebullición donde la menstruación se reivindica desde de lo social, cultural, científico, político y económico, Irusta piensa en sus más de 10.000 alumnas: “Se ha hecho mucho trabajo para pensar que no existe una revolución menstrual. ¡Claro que existe!”. Pero igual que lo que sirvió en los setenta no sirve ahora, puede que lo que defendemos hoy no sirva para las personas menstruantes del futuro. Para la antropóloga Alicia Botello, hay que romper con el mito de basar la esencia de la mujer en la menstruación. “Con la menarquia [primera regla] se consideraba que se convertía la niña en mujer. Esa relación entre menstruación y mujer dejaría fuera a aquellas mujeres que no menstrúan porque tienen la menopausia, sufren amenorrea, etcétera. Por tanto, si entendemos que ser mujer va más allá de la menstruación, tener la menstruación no te hace necesariamente mujer. Hay personas transexuales, por ejemplo, y pueden ser hombres que menstrúan o mujeres que no lo hacen”. Irusta recuerda: “Nuestra experiencia menstrual como mujeres la escribieron los hombres. Y cuando vimos que no se correspondía con nuestra realidad, pensamos que éramos nosotras las que estábamos mal”. Ahora que las mujeres se están adueñando de su ciclo y reescribiendo la forma de relacionarse con él, lo tiene claro: “Si no generamos espacios para conocer esas otras vivencias, haremos con esas personas menstruantes lo que hicieron con nosotras. Para cuidar y actuar respetando todas las experiencias necesitamos todos los cuerpos y todas las voces”.

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